ROMERÍA: UN VERANO QUE ALGUIEN MÁS MÁS VIVIÓ POR TI.
Conocoe lo nuevo de Carla Simón que forma aprte de la 78a Muestra de Cine Internacional.
CRÍTICACINECINE MEXICANOPELÍCULAS
Por Rea Herrera
11/21/20255 min read


Dirigida por Carla Simón, Romería es un retrato íntimo que combina ficción y memoria con una naturalidad que desarma.
La película sigue a Marina, quien llega a un pueblo costero gallego para desenterrar una historia familiar incompleta. Lo que encuentra no es misterio ni tragedia, sino algo más delicado: una verdad que se revela a través de la luz española, los silencios incómodos, las fotografías que preservan lo que el tiempo casi borró y una familia que la reconoce sin saber todavía cómo acercarse.
Romería es aventurarte a abrir un álbum de fotografías análogas y vivir dentro de él por dos horas: un autorretrato, un retrato familiar y un paisaje, todo a la vez. La película se mueve con una naturalidad que sólo puede provenir de aquello que realmente se ha vivido. Su relato es orgánico, tejido a partir de las memorias de Carla Simón, que mira hacia un pasado reciente con una nostalgia cálida y resiliente, igual de constante e inquieta que el mar que retrata.
Aunque la historia tiene un propósito fijo —una búsqueda clara y temporalmente acotada— lo que emerge es la vida que pudo haber sido y que le fue arrebatada a la protagonista. La película no esconde nada: los diálogos son inteligentes, precisos, encarnan a sus personajes de manera realista sin caer en artificios. Cada palabra suena vivida. El catalán aparece como un gesto de resistencia íntima, como una semilla de origen que no se abandona ni siquiera en el exilio emocional.
Romería no pretende ser compleja: lo que cuenta es la vida de una joven y las tribulaciones inevitables que trae consigo. Un retrato familiar incómodo, a ratos caótico, pero finalmente honesto. Sin juicios. Sin adornos innecesarios. Sólo lo que es.
La narrativa avanza de forma lineal, guiada por un diario que funciona como ancla entre pasado y presente. Es una línea recta que se tuerce apenas con el poderoso flashback de los padres: una secuencia sensorial, casi mítica, que vibra con una intensidad que permanece después. Y luego está esa escena del club: un instante coreografiado, glamuroso, oscuro, experimental. Una pieza “topping” que intensifica todo lo que el filme venía construyendo.
La estructura es sencilla y profundamente romántica en su lógica: las fotos en un álbum siempre van en orden. Así es Romería: un viaje de página en página, memoria tras memoria, hacia algo que se siente inevitable.
La imagen como memoria en movimiento
Cada imagen en Romería parece rescatar la cualidad de una fotografía robada, como si fuéramos intrusos en la intimidad de Marina y su familia. La luz es cálida, envolvente, honesta. Un folclor visual que nace de lo cotidiano, iluminado por el sol gallego y sostenido por noches veraniegas, serenas, de aire salado. La paleta es marítima: colores que huelen a costa, a pueblo, a Vigo. La cámara alterna entre planos cuidadosamente compuestos y grabaciones de handycam que Marina recoge, reforzando la sensación de álbum vivo, de documento imprevisto. La estética es espontánea, documental en espíritu, pero poética en forma.
Los veleros son el espacio más significativo: lugares libres, sin suelo fijo, que ofrecen refugio y libertad a la vez. Mareas que acunan y zarandean, igual que las historias personales. Marina es libre cuando navega ese mar, pero también se estremece con aquello que descubre. El velero no es sólo locación: es metáfora del yo. Los objetos más valiosos son el diario y las fotografías. No como reliquias, sino como cuerpos vivos: memoria atrapada, afecto detenido en el tiempo. La composición visual es eso mismo: un álbum fotográfico con leyendas añadidas. La visión de Carla Simón es la de alguien que sabe que la cámara no observa, sino preserva.
La hija que desordena el retrato
Marina es una fuerza silenciosa y profundamente disruptiva. Introvertida y valiente, curiosa e implacable, inquisitiva y herida. Llega buscando respuestas, pero lo que realmente persigue es pertenencia: averiguar si forma parte del relato de sus padres o si ese relato también la contiene a ella. Su vulnerabilidad es la soledad; su fortaleza, la verdad. No se conforma con las versiones fragmentadas que su familia le ofrece. Construye sus propias oportunidades, abre puertas cerradas, pregunta lo que nadie pregunta. Una parte en ella quiere ser parte de ellos, aunque responda con distancia al rechazo que recibió primero.
La familia es amorosa de forma incompleta: hay chispazos de cariño, gestos torpes de afecto y un interés sincero que aún no sabe articularse. Pero también hay secretos arraigados, apariencias defendidas, historias mal contadas y duelos que nunca fueron despedidos del todo. Es una familia herida que se mueve alrededor de Marina sin tocarla del todo; un murmullo constante que nunca dice lo esencial. Marina llega para quebrar ese silencio: para representar la verdad que todos evitan mirar. Ella no sólo busca algo; es lo que el resto debe enfrentar. La mirada de Carla Simón se siente en cada gesto: observa sin juzgar, acompaña sin invadir. Protege la dignidad de la búsqueda personal. Y el gesto más amoroso del filme es no idealizar los recuerdos, sino aceptarlos como son: luminosos y dolorosos a la vez.
Romería (2025)












