SUNDOWN: UNA TRAGEDIA EXISTENCIAL MEXICANA DE PROPORCIONES ABSURDISTAS/CAMUSIANAS.

El Acapulco reimaginado de Michel Franco

CINE MEXICANOPELÍCULASCINE

Por Luis Castañeda

10/14/20255 min read

Dir. Michel Franco. (Tim Roth, Charlotte Gainsbourg, Iazua Larios.)

El personaje de Tim Roth, Neil, tal como Meursault en El extranjero de Camus parece un hombre vencido ante el absurdo, no encuentra sentido a su vida, tampoco se lo encuentra a la muerte.

Renuncia a su herencia, no va al funeral de su madre, incluso la población local se muestra más asustada que él ante los asesinatos cotidianos y ni siquiera pronuncia palabra alguna para no ser encarcelado por un secuestro y asesinato que no cometió. Lo único que hace es "quedarse en el hotel, beber dos equis y mentir". Es, en definitiva, un extranjero, literal y metafóricamente.

La cinta no solo muestra a un hombre absurdo, extranjero y ajeno a lo que pasa a su alrededor (actitud común de casi todo turista burgués o gentrificador), sino que desde el insolente lente de su personaje, da foco a algunos síntomas que aquejan a México actualmente. Acapulco, antiguo destino de glamur y abundancia, se muestra acechado por la creciente violencia del crimen organizado, donde una vida humana parece tener el mismo bajo precio que Neil atribuye ahora a la suya.

Es interesante utilizar a un personaje así para recorrer las calles de Acapulco y enterarnos de que el absurdo no solo le ha vencido a él, sino también ha tomado a toda la costa. La violencia se nos presenta tan cotidiana que tanto la vida como la muerte del prójimo han perdido sentido en nuestra existencia. Es entonces, en un panorama así, que militares caminan entre la gente que disfruta de la playa, los niños ya ni siquiera se sorprenden de ello y ni con la Guardia Nacional metida en cada rincón es posible evitar asesinatos tanto en las playas más humildes de Acapulco como en los caminos hacia sus más exclusivos resorts.

Las "autoridades", tan sumidas como siempre en su cómoda y mecánica burocracia, son incapaces de resolver el problema porque, como de costumbre, combaten ciegamente al síntoma en lugar de a la enfermedad, con acciones punitivas en donde, metafóricamente, cerdos y hombres comparten la misma celda, reducidos a una misma condición de bestias tan irracionales como sacrificables. Incluso las relaciones afectivas/sexuales/amorosas se ven corroídas por este vacío nihilista, tal como se muestra en la ambigua relación entre Neil y Berenice, en donde poco o nada queda luego del coito, o en los mismos lazos familiares, tan banales y débiles que se borran con un poco de tinta.

Es probable que Michel Franco no pretendiera lo siguiente a conciencia, pero la película permite leer, en un segundo plano, la sombra de la gentrificación. El turismo de lujo y la presencia de extranjeros que viven indiferentes en medio de la violencia recuerdan cómo ciertos sectores privilegiados pueden permitirse una cómoda inmunidad cínica. Neil encarna esa paradoja: mientras la población local padece las consecuencias directas del crimen organizado, él transita como un espectador protegido por su dinero y por su pasaporte. Es en ese sentido que Neil encarna la figura del turista contemporáneo que, a diferencia del viajero del siglo XIX, ya no busca descubrir, comprender o siquiera asombrarse con lo desconocido, sino simplemente flotar sobre una superficie de experiencias prefabricadas sin la menor empatía por el espacio que está habitando.

El turismo de sol y playa en Acapulco, tal como se representa en la película, se convierte en un escenario de desconexión radical: por un lado, los visitantes buscan consumo y evasión; por el otro, la violencia real, profunda y estructural, queda relegada a un murmullo de fondo que apenas roza su conciencia. En esas coordenadas podemos entender que la indiferencia de Neil frente a la muerte de su madre, y más tarde frente a la violencia cotidiana, dialogue con una actitud globalizada hacia el sufrimiento. En un mundo saturado de imágenes violentas en noticieros y redes sociales, donde la tragedia ajena se convierte en contenido monetizable, la reacción más común no es la empatía ni la indignación, sino el desinterés (no dejemos de pensar en cómo los medios de comunicación cubren el genocidio anglosionista en Palestina). Neil, inmóvil en su hotel con una cerveza en la mano, es la metáfora perfecta del espectador internacional, siempre dispuesto a ver, pero jamás a intervenir. Su silencio no es solo personal, es también político pues refleja un sistema global donde la pasividad se refugia en la excusa de la neutralidad, y donde la ausencia de acción termina legitimando la barbarie. Es una muestra aguda de ese sujeto tan común de nuestro tiempo: el reaccionario de “extremo-centro”.

La cinta también pone de relieve el poder simbólico del silencio. Neil calla frente a la policía, calla frente a su familia, calla incluso frente a la muerte. Su mutismo no es inocente, sino que encarna la imposibilidad de articular un discurso frente al sinsentido. Pero, al mismo tiempo, funciona como un espejo del silencio social que rodea a la violencia en México, donde buena parte de la población, por miedo o apatía, ha aprendido a callar. Ese silencio colectivo, que se confunde con normalidad, es el terreno fértil sobre el que florece la impunidad.

Lo trágico de esto, y el por qué me refiero a Sundown y a El extranjero como tragedias, no es solo por los asesinatos y violencia que se presenta en ambas, o en la muerte que se manifiesta como destino irreversible, sino por la manera en que esto es abordado por los personajes y entornos de esas historias, anunciando una completa desconexión con las causas de esta miseria y, casi como si de un fatal clavado en La Quebrada se tratase, la consecuente e inminente caída libre hacia la absoluta ruina moral.

LUIS CASTAÑEDA

COLABORADOR

Lic. en Comunicación por la Universidad del Nacional Autónoma de México.

Compositor-letrista, guionista y fotógrafo que gusta de escribir sobre cine, música y acontecer político, a veces todo a la vez.